"Los campos de Athenry Levante EMV" Eduardo Jordà
Mi
hijo se emocionócuando oyó cantar a los hinchas irlandeses al final del
partido con la selección española. Irlanda perdía por 4-0 y le estaban
dando un baño de fútbol, pero sus hinchas estaban cantando a pleno
pulmón. «¿Qué cantan?», quiso saber mi hijo. El sonido no se oía muy
bien, pero me pareció reconocer «The fields of Athenry», una canción que
cantaban los hinchas del Celtic de Glasgow, que es el equipo de casi
todos los irlandeses —y eso que juega en la liga escocesa—, ya que la
liga irlandesa tiene un nivel muy bajo y sus equipos no tienen
demasiados seguidores. El Celtic no es irlandés, pero los irlandeses lo
consideran como de la familia porque es el equipo de los católicos de
Glasgow y muchos de sus jugadores son descendientes de irlandeses. Los
hinchas del Celtic cantan esa canción, y por lo que veo, ahora también
la cantan los hinchas de la selección irlandesa.
A
mi hijo le maravillaba que los hinchas irlandeses cantasen cuando iban
perdiendo por 4-0. Como es natural, está acostumbrado a los modos de
nuestro país, en los que los hinchas se dedican a lloriquear y a buscar
culpables para crucificarlos en tuiter o donde sea —eso cuando hay una
derrota—, o bien arrasan todas las fuentes públicas que encuentran a su
paso, como ocurre en los casos de victoria. Pero lo que no es habitual
es que nuestros hinchas se pongan a cantar, y mucho menos cuando el
equipo va perdiendo por goleada. Pero Irlanda es otra cosa. Allí están
acostumbrados a la adversidad y a la lucha y a sentirse orgullosos de
ser irlandeses. Todos recuerdan las hambrunas por las malas cosechas de
patata y los tiempos de la emigración a América. Y todos recuerdan la
larga serie de rebeliones contra los ingleses, que todo el mundo sabía
que estaban condenadas al fracaso, pero que aun así los irlandeses
emprendieron y perdieron y lloraron con poemas y baladas. De los siete
firmantes de la declaración de independencia irlandesa de 1916 (todos
ejecutados por los ingleses), tres eran poetas. Y el himno nacional
irlandés, compuesto por un poeta, se llama «La canción del soldado».
Todo tiene su lógica.
Mi hijo quiso saber de qué iba el himno que cantaban en el campo de
fútbol. Y le conté que era la historia de un rebelde del siglo XIX que
tuvo que robar el maíz de un propietario y fue deportado a Australia.
Hace años, en cualquier pub de Sligo o de Limerick, cuando se hacía
tarde, siempre había alguien que empezaba a cantar una canción así: una
de esas canciones llenas de rabia y desesperanza que te daban la
coartada perfecta para pedir una nueva cerveza, sobre todo cuando sabías
que ya no te quedaba dinero para pagarla.
Mientras los hinchas cantaban, recordé que Irlanda también había caído
en la burbuja inmobiliaria, igual que nosotros, y todo el mundo se había
dedicado a construir durante los años locos del dinero fácil. El
vetusto hotel de Rosses Point donde había dos cuadros de Jack Yeats
sobre la chimenea del salón se había convertido en un spa de cinco
estrellas que se parecía a cualquier otro spa de cinco estrellas. Las
turberas de Sligo y de Mayo, donde sólo se veía a lo lejos un tractor
arrancando turba, se habían llenado de hileras de casas todas iguales,
con el mismo cuadrilátero de césped y la misma entrada con
revestimientos de pizarra roja. En las riberas de los lagos solitarios
habían aparecido hotelitos rurales y más hileras de casas y un nuevo
campo de golf. Cerca de la casa que había sido de Heinrich Böll, en la
península de Achill, alguien había construido dos grandes mansiones para
turistas. Con el boom de la construcción, habían llegado a Irlanda
tantos emigrantes –sobre todo polacos-, que desde Polonia tuvieron que
mandar un obispo para que creara una especie de diócesis polaca. Y las
estrechas carreteras por las que casi no pasaban coches se habían
llenado de coches alemanes y japoneses.
Claro
que todo aquello había durado muy poco. Los bancos que habían concedido
alegremente los créditos tuvieron que ser rescatados con dinero
público, y luego todo el país también tuvo que ser rescatado por las
instituciones europeas, más o menos igual que nosotros. Las dos
historias se parecen mucho. Y la única diferencia entre ellos y nosotros
es que los irlandeses se ponen a cantar «Los campos de Athenry» cuando
pierde su equipo, mientras que nosotros preferimos destrozar el
mobiliario urbano.
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